Pero en cierto momento el orador introducía en su discurso una posible objeción de un adversario o una cita del artículo de un enemigo. Antes de plantear la idea hostil demuestra perfectamente que la objeción es infundada, superficial o falsa. Aparta los dedos de su chaleco, echa atrás su cuerpo y retroceden algunos pasos como para dejar espacio para el ataque; mueve los hombros con una mezcla de ironía y de un aire desesperado, y extiende ambas manos separando los pulgares de manera expresiva.
Condena al adversario, lo ridiculiza o lo confunde – según el adversario y la ocasión- antes incluso de haberlo refutado.
El oyente sabe de antemano a qué tipo de experiencias tiene que atenerse y qué actitud mental debe tomar. Entonces abre la ofensiva lógica. La mano izquierda se vuelve a ubicar a veces en el contorno del chaleco, otras, mas a menudo, en el bolsillo del pantalón; la derecha acompaña el curso lógico de su pensamiento y marca un ritmo. Cuando conviene, la izquierda ayuda a la derecha. El orador se torna su auditorio, va hasta el extremo de la tribuna, se inclina hacia delante y elabora con amplios movimientos su material oratorio. Esto significa que ha llegado al pensamiento central, al punto culminante de su discurso.
Si hay adversarios en el auditorio, de vez en cuando se oyen exclamaciones hostiles o criticas. De cada diez casos, nueve no obtienen contestación. El orador dirá lo que quiere decir, para aquellos a quienes cree bueno dirigirse, y de la manera que considere necesario. No le agrada desviarse para replicar a uno u a otro. Las ocurrencias rápidas, durante su discurso, no eran parte de su pensamiento concentrado. Únicamente, luego de interrupciones hostiles, su voz se vuelve más severa, su discurso es más compacto e impresionante, su pensamiento agudo, sus gestos más bruscos.
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